lunes, 22 de septiembre de 2008

El solitario


No oigo a los gallos, me despierta el crepitar de las horas. Cada vez que mi persiana se levanta mi mente se oscurece. ¿Qué día me espera hoy? Un ratito más, me dice mi consciencia. Por fin me levanto después de remolonear entre las sábanas ,subo el párpado izquierdo y mi mundo empieza a girar.
Compro la típica barra de pan, me tomo mi caña de las 12.00 am cuando las manecillas se juntan y cuando van cada una por su lado espero a que alguna voz extraña me despierte del letargo.
Llega la hora de comer y la ensaladilla baja por mi garganta con la inercia de todos los días. El momento del café es caso a parte, lo disfruto y mientras tanto charlo con fulanito y menganito de cómo nos va la vida. La sobremesa discurre sin más exaltación que la que me otorga una siesta sólo, sin calor a mi lado. Pienso en la compañía, pero rápidamente bajo a la tierra sin temor a pisar firme.
La hora de la merienda pasa sin más, y mi mortadela se caduca sin novedad alguna dentro de lo que queda de la barra de pan que compré esta mañana. Por la tarde me encuentro a mucha gente y cada uno de ellos me mira sin decirme nada.
Por la tarde cañas y más cañas atraviesan mis entresijos esperando encontrar alguna gallineja como buen madrileño de pro.
Y al caer la noche termino en el garito de siempre, apoyado en la barra de siempre y saludando a los asiduos que me rescatan de mis pensamientos nocturnos.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Mus


Las cartas están sobre la mesa. Un cruce de miradas da el pistoletazo de salida a la partida. Te muerdes el centro del labio inferior y yo paso sin saber muy bien por qué. Tengo miedo. Creo que los rivales tienen mejores cartas, así que la jugada se va sin que nadie repare en el poder de tus reyes, ni siquiera yo.
Me concentro y pasamos a la siguiente jugada. Gano el envite a la chica gracias a nuestra complicidad y todavía conservo algún as en la manga para un futuro. Me voy sintiendo más segura.
Llegan los pares y me sobra gente, sotas y caballos podrían irse a cabalgar por el tapete. Yo me quedo contigo y con la sensación de que cuando levantas tus cejas es porque quieres que desaparezcamos.
El juego es otra cosa, me guiñas un ojo y mi mente se nubla. Se me olvidan las reglas y acepto el órdago. He ganado, te tengo.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Footing


Salimos a correr como cada tarde por el parque cercano a tu casa. El día estaba un poco nublado pero no había señales de que fuera a llover, más bien era como si de un momento a otro se fuera a abrir un claro entre las nubes y el sol fuera a asomarse guiñándome un ojo.
La marcha era calmada, había conseguido seguirte el ritmo disfrutando de tu compañía. En esos momentos no hablábamos, simplemente nos mirábamos de reojo de vez en cuando corroborando la presencia del otro. Bastaba con sentirte a mi lado, después de tantas tardes habíamos conseguido unificar nuestros pasos y la precisión era tal que parecíamos una sola persona.
Quería creer que tu silueta era sombra de la mía, y que por mucho que avanzáramos siempre estarías a mi lado. Porque contigo me siento bien. Me encanta tu sonrisa. Sí, esa que abarca dos palmos de mis manos, esa que sobresale y que encandila a todo el que te mira. No se como lo haces, es como si tuvieras un don. Y cuando estoy contigo yo tampoco puedo evitar sonreír.
De repente, algo en ti se paralizó y te quedaste atrás, caíste al suelo mientras te sujetabas la pierna. Un calambre, tu gemelo se tensó agarrotando todos los músculos. En ese momento algo en mí se paralizó también, me asusté, pero no podía parar de correr. Vi tu cara de dolor mientras me alejaba, pero por más que lo intenté no pude retroceder.
Pensé que si daba la vuelta a la manzana te volvería a encontrar. Y así lo hice, aceleré el paso, corrí y corrí con todas mis fuerzas y cuando giré la última calle tú estabas allí, pero ahora corrías más rápido que yo.